viernes, 16 de mayo de 2014

El “guerrillero” de la República

En toda España, el advenimiento de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, fue una auténtica fiesta. Con el mismo ánimo de celebración, y para el caso de Pradoluengo, el acontecimiento se describía así en Diario de Burgos: “El Comité Republicano, seguido de sus numerosos correligionarios, acompañados de la banda municipal, recorrieron las calles de la villa, llegando entre vítores y aclamaciones a la casa consistorial, donde subieron y, llenos de entusiasmo y con incesantes vivas a la República, izaron la bandera tricolor, que durante la manifestación había llevado el veterano don Blas Bañuelos, de ochenta y dos años, quien por haber asistido a las dos repúblicas, lucía la banda, la medalla y el gorro, que aún conservaba de la primera, distintivos que en unión de su antigüedad, le dieron preferencia para llevar la bandera en acto tan entusiasta, donde se desbordó el júbilo y la alegría dentro del orden más completo”.

Dos años después, nuestro protagonista abanderado, continuaba apareciendo en publicaciones periódicas, al ser entrevistado para la revista Estampa, por Eduardo de Ontañón. Con el tono, entre mordaz y sensacionalista que, para atraer la atención de los lectores, aplicaba a los titulares del semanario, el periodista burgalés tituló el reportaje como “Un guerrillero de la Primera República”, presentando así al personaje: “Más que un superviviente de la Primera República, Blas Bañuelos parece un guerrillero de 1808 redivivo”. Acompañaban el reportaje, cinco fotografías. En una de ellas, Bañuelos aparecía empuñando una enorme bandera tricolor, frente al Centro Republicano pradoluenguino de entonces. Ontañón aseguraba que, oyendo a Bañuelos, “llega uno a pensar que está hablando con cualquiera de esos ternes personajes que andan por las páginas de los Episodios Nacionales de Galdós”. Por su parte, el entrevistado era  vehemente en sus manifestaciones: “¡Ojalá viniera mañana el empuñar el fusil para defender la República!”, palabras premonitorias en dos sentidos, ya que, sin saberlo, por un lado anunciaban la Guerra Civil y, por otro, corroborarían su jactancia incumplida.


 Cuando Blas realizaba tan presuntuosas declaraciones, era ya un abuelo de 83 años. De oficio zapatero, en sus tiempos jóvenes había participado en diferentes escaramuzas por la Sierra de la Demanda. De aquellos momentos, Ontañón recogía que, en una ocasión, estando por el monte junto a los “adictos a la idea”, y ocho días antes de llegar la Primera República, Bañuelos se presentó como voluntario para llevar un mensaje comprometido hasta Briviesca. Como buen zapatero, abrió las medias suelas de una de sus botas, y metió la carta. Tras mil fatigas por cordeles y veredas, sin pisar los pueblos del Tirón, cuando llegó frente al jefe de la capital burebana, desclavó la bota y entregó la misiva a un sorprendido líder, quien le felicitó efusivamente por su “audacia”.

    A esta historieta, Bañuelos añadía el encuentro que en 1873, sostuvo contra los carlistas en la peña Matapuercos de Neila, la visita que giró al mismísimo Pí y Margall en Madrid, “para enterarle de cómo iba el movimiento de los conservadores en el pueblo”, o la “acción de Fresneda”, cuando el coronel Parreño, para minar la moral de los republicanos, les  propuso ser guardias civiles si daban un paso al frente. Con aplomo, el zapatero afirmaba que, a pesar de tan substanciosa oferta, no se adelantó nadie, “porque todos queríamos nuestro fusil, y el coronel aquel, que era más carlista que Carlos VII, trataba de hacérnosla buena”. El “guerrillero” pradoluenguino, finalizaba sus relatos con otra anécdota: “Al volver la Monarquía, uno de los nuestros era pregonero del pueblo. El alcalde de los conservadores, le mandó pregonar el bando y, entonces, fue él, dio el redoble de tambor, leyó el encabezamiento y rachó todo el papel... ¡Buena se armó! ¡Por poco le fusilan! Pero así éramos de fuertes los liberales de antaño”.


La teórica firmeza en la defensa de sus ideas, era reafirmada por Blas fotografiándose con solemnidad frente al Centro Republicano de Pradoluengo. Estos establecimientos, junto a ateneos y casinos, eran lugares de sociabilidad y politización. En centros fabriles como la Villa Textil, donde se asentó desde el siglo XIX una bipolarización socioeconómica acusada entre patronos y obreros, y como sucedía en las zonas rurales españolas, fueron los médicos, los maestros, y los pequeños comerciantes que a ellos acudían, los que mayor capacidad mostraron en la difusión de las ideas políticas progresistas. El golpe de estado del 18 de julio de 1936, trajo funestas consecuencias para muchos de ellos. En Pradoluengo, las tres víctimas de primera hora, fueron precisamente representantes de estos colectivos: el boticario, un mecánico y el maestro Julio Martínez Palacios, hermano del músico Antonio José, también asesinado en los primeros compases de la contienda. Tras ellos, los maltratos recibidos en el penal pamplonés de San Cristóbal, acabarían con la vida del que fuera último alcalde de la República, Pedro Perez Martínez. Algunos más, correrían la misma suerte.

    Sin embargo, el abanderado Bañuelos tuvo mayor fortuna, al contar con familiares directos, significados por sus ideas y actuaciones con el bando franquista. En 1950, el Ayuntamiento organizó una fiesta para celebrar su siglo de vida. Paradójicamente, a apenas diez metros del antiguo Centro Republicano, donde diecisiete años antes portaba orgulloso la bandera tricolor, Blas posaba para una fotografía familiar. En esta ocasión, el escenario para la instantánea, lo constituían las escaleras de la iglesia parroquial de la Asunción. Acompañado de las fuerzas vivas locales, rodeado del alcalde, el maestro y los números de la guardia civil, un venerable anciano Blas Bañuelos, ya no portaba su flamante gorro frigio de color rojo, sino la negra boina local. Pocos meses después, el 10 de marzo de 1951, y a punto de cumplir los 101 años, moría en su cama, el “guerrillero” pradoluenguino de la Primera República.

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